lunes, 27 de octubre de 2014

BIOGRAFÍA

"Montalvo vivía pobremente porque era pobre; pero vivía dignamente porque era digno." R. BLANCO-FOMBONA.

Nació en Ambato el 13 de Abril de 1832. Hijo legítimo de Marco Montalvo Oviedo, natural de Guano, que de joven ayudó a su padre en la venta de bayetas viajando a Cuenca por negocios, luego abrazó la causa de la independencia, peleó en el primer Huachi, llegó a Regidor del Primer Cabildo patriota que tuvo Ambato en 1822, siguió comerciando productos con Guayaquil, en 1832 edificó una casa en la Plaza Mayor de Ambato.
Sus primeros años transcurrieron entre Ambato y Ficoa alegre y vivaz. En 1836 sufrió de viruela y quedó con el rostro marcado. En 1839 ingresó a la escuela del maestro Romero donde conoció al presidente Rocafuerte que estaba de paso a Guayaquil. En 1846 viajó a Quito para estudiar Gramática Latina en el Convictorio de San Fernando, donde descolló por su extraordinaria memoria y amor al silencio y a la soledad, pues se había vuelto un joven serio y de pocos amigos. En 1848 fundó el periódico semanal "La Razón" y en 1849 "El Veterano", dando rienda suelta a su juvenil vocación de escritor. El mismo año comenzó el curso de Filosofía en el Seminario de San Luis donde se graduó en 1851 de Maestro o Bachiller, que equivalía a lo mismo.

El 17 de octubre de 1868 contrajo matrimonio con María Adelaida Guzmán y tuvieron dos hijos: María del Carmen y Carlos Alfonso. 

Luego de la muerte de su esposa en 1882, inició en París una relación con Augustine Catherine Contoux y con ella permaneció hasta el último día.

Entregado a la producción literaria, vivió sus últimos días en la pobreza en un solitario habitáculo de la calle Cardinet en París. Corregía las pruebas de imprenta de ‘El Espectador’ cuando contrajo la dolencia que le ocasionó la muerte. 

Rechazó voluntariamente la anestesia en una intervención quirúrgica de varias horas, en las que no dejó escapar de su pecho ni una expresión de dolor, pero por desgracia todo ese heroico padecimiento resultó inútil y su enfermedad empeoró.

En sus últimos momentos prefirió no recibir el auxilio religioso, creía estar en paz con Dios y consigo mismo; y cuando vio inminente su desenlace, se vistió con el mayor decoro y se sentó a esperar serenamente el instante de partir. 

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