"Montalvo vivía pobremente porque era pobre; pero vivía
dignamente porque era digno." R. BLANCO-FOMBONA.
Nació en Ambato el 13 de Abril de 1832. Hijo legítimo de
Marco Montalvo Oviedo, natural de Guano, que de joven ayudó a su padre en la
venta de bayetas viajando a Cuenca por negocios, luego abrazó la causa de la
independencia, peleó en el primer Huachi, llegó a Regidor del Primer Cabildo
patriota que tuvo Ambato en 1822, siguió comerciando productos con Guayaquil,
en 1832 edificó una casa en la Plaza Mayor de Ambato.
Sus primeros años transcurrieron entre Ambato y Ficoa alegre y vivaz. En 1836
sufrió de viruela y quedó con el rostro marcado. En 1839 ingresó a la escuela
del maestro Romero donde conoció al presidente Rocafuerte que estaba de paso a
Guayaquil. En 1846 viajó a Quito para estudiar Gramática Latina en el
Convictorio de San Fernando, donde descolló por su extraordinaria memoria y
amor al silencio y a la soledad, pues se había vuelto un joven serio y de pocos
amigos. En 1848 fundó el periódico semanal "La Razón" y en 1849
"El Veterano", dando rienda suelta a su juvenil vocación de escritor.
El mismo año comenzó el curso de Filosofía en el Seminario de San Luis donde se
graduó en 1851 de Maestro o Bachiller, que equivalía a lo mismo.
El 17 de octubre de 1868 contrajo matrimonio con María
Adelaida Guzmán y tuvieron dos hijos: María del Carmen y Carlos Alfonso.
Luego de la muerte de su esposa en 1882, inició en París una
relación con Augustine Catherine Contoux y con ella permaneció hasta el último
día.
Entregado a la producción literaria, vivió sus últimos días
en la pobreza en un solitario habitáculo de la calle Cardinet en
París. Corregía las pruebas de imprenta de ‘El Espectador’ cuando contrajo
la dolencia que le ocasionó la muerte.
Rechazó voluntariamente la anestesia en una intervención
quirúrgica de varias horas, en las que no dejó escapar de su pecho ni una
expresión de dolor, pero por desgracia todo ese heroico padecimiento resultó
inútil y su enfermedad empeoró.
En sus últimos momentos prefirió no recibir el auxilio
religioso, creía estar en paz con Dios y consigo mismo; y cuando vio inminente
su desenlace, se vistió con el mayor decoro y se sentó a esperar serenamente el
instante de partir.
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